La obra revisa la costumbre argentina de vivir a los golpes.
El box . Espacio y dirección: Ricardo Bartís. Intérpretes: Mirta Bogdasarian, Pablo Caramelo, Adrián Fondari, Andrés Irusta, Matías Scarvaci, Jazmín Antar y Mariana de la Mata. Entrenamiento musical: Manuel llosa. Vestuario: César Taibo. Escenografía y realización: Isabel Gual y Ricardo Félix. Producción ejecutiva: Lorena Regueiro y Domingo Romano. Asistentes Mariela Castro Balboa y Mariano González. En el Sportivo Teatral, Thames 1426. Duración: 60 minutos.
Nuestra opinión: muy buena
Entrar en el Sportivo ya es una celebración teatral por sí misma. Todo predispone, desde el aroma a jazmines del patio y la amabilidad de quienes conducen hasta el café y el vino que, tan gentilmente, se ofrece en la antesala. Uno se acomoda frente al hecho teatral, feliz.
Adentro, la celebración continúa y, mientras los espectadores se ubican en sus asientos, los actores interpretan música. Bartís ama su espacio y sabe cómo usufructuar todo el ámbito, por eso juega cada una de sus obras desde distintos ángulos. Es decir, no sólo cambia la pintura sino el marco completo. Obsesivo y detallista, esta vez utiliza todo el espacio, a lo largo y a lo alto. Su puesta en escena, en sí misma, contiene dramaturgia.
Con
El box , Ricardo Bartís continúa su trilogía de los deportes iniciada con
La pesca . El creador utiliza esa actividad como metáfora de un país, como vehículo a través del cual hace explotar su dialéctica. Aquí vemos la soledad del boxeador, en este caso una mujer. Un ser que pasa la vida esquivando golpes, combatiendo y escapando. "La vida se nos ha convertido en una farmacia de medicamentos vencidos", dirá. Es una vida de resistencia, de un eterno volver a empezar. Su traje de violencia es el único que conoce. Aunque por dentro haya muchas otras cosas.
"La Piñata" -seudónimo de la boxeadora que interpreta magistralmente Mirta Bogdasarian- vivió de ese modo, reventada contra las cuerdas, sabe que "un poco de dolor organiza" y, mientras tanto, en una ocasión como ésta, intenta robar segundos de posible felicidad. Sabe que probablemente no lo consiga, entonces deberá ponerse los guantes de box. "La Piñata" es el reflejo de una sociedad que ¿crece? a los golpes, de una sociedad que tiene dueños, aspirantes e inquilinos. En su texto, Bartís remarca esa instancia histórica de la Argentina de no poder evitar la confrontación. Y cuando ésta llega, es momento de batalla. "Sin sacrificios no hay victorias. Sin dolor no hay progreso", dirá. Y, cada tanto, cuanto todo parece perdido, ocurre un milagro. ¿Pero cómo es ese milagro? ¿Efímero? Tal vez, casi tan intenso como una lluvia de papel picado brillante.
La decadencia de una sociedad casi impura quedará develada en los demás personajes. El bueno que también es impío, el corrupto cuya ley es tan contagiosa, el cómplice, el entretenedor y el entretenido. Luego, las víctimas.
Bartís le impone a su pieza pinceladas de humor y la vuelve disfrutable de principio a fin. Allí aprovecha para desquitarse con los mayores estamentos, la religión, cierta educación, las instituciones, y esa televisión que nos está matando. En su verdad teatral consigue que el patetismo pueda darse la mano con lo entrañable. Y a su vez logra eso como excelente maestro de actores. La homogeneidad de su elenco refleja un trabajo casi amoroso. Decir que Mirta Bogdasarian es una excelente actriz es una obviedad, a estas alturas de las circunstancias. Pero qué decir, es capaz de componer lo que se le proponga y aquí se constituye en la herramienta ideal para corporizar la dialéctica de Bartís. Por su parte, Pablo Caramelo consigue un trabajo formidable, en el que yuxtapone contención, un permanente impulso y un amor abofeteado. Los demás, exactos en cada una de sus criaturas.
Sin tren de comparar obras de arte, como las creaciones de Ricardo Bartís, nadie podrá decir que no mantiene una lógica y que su dialéctica sigue igual, exacta, tan divinamente obstinada.
Pablo Gorlero